¿El enemigo?, en casa y no tan cerca


La crispación ha pasado de inesperada a cotidiana. El pacifismo no está de moda, y es que eso que te enseñan de pequeño asegurando que el diálogo es el camino correcto y que la violencia sólo lleva al dolor, ya no ajeno sino propio, ya no por las heridas de sangre sino por las del alma, es algo que se debe olvidar en algún punto de la madurez, en algún instante en el que te ves con tanta fuerza como para aplastar al que crees enemigo sin pestañear.

Hoy me he levantado viendo un ultimátum, un punto y final del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, quien ha ‘avisado’ así a los que son sus hermanos, vecinos… su pueblo: «Nuestra paciencia ha llegado al final. Hago esta advertencia por última vez. Insto las madres y a los padres a que cojan a sus hijos de la mano y los saquen (del parque). Ya no podemos esperar más porque el Parque Gezi no pertenece a grupos invasores sino a la gente». Lo que más llama la atención es que trate a sus semejantes de ‘grupos invasores’, es más, cualquiera que leyese sólo esa frase creería que les han invadido desde otro Estado y que se avecina un conflicto bélico; cuando en su mayoría se trata de jóvenes de clase media urbana de diferentes edades y posturas políticas y religiosas.

Lo más triste es que como suele ser habitual, el mensaje que llega desde un órgano oficial es tan sesgado como excluyente de la realidad. «Es un parque público y no puede haber gente viviendo ahí porque los demás también tienen derecho a disfrutarlo», justo esto viene a decir un Erdogan que pasa por alto el por qué, el para qué, y sobre todo el cómo solucionarlo, aunque leyendo sus amenazas no es de extrañar que la manera de arreglar esta situación no se distancie en demasía de aquella que un 29 de mayo, a base de palos y gases lacrimógenos acabó con una manifestación pacífica que pretendía detener la destrucción del mismo en pos de la realización de una zona comercial.

Imagen de las tiendas de campaña en el Parque Gezi.

Imagen de las tiendas de campaña en el Parque Gezi.

Al menos cinco muertos y alrededor de 5000 heridos es el actual balance de dos semanas de tensión que amenazan con un cambio político en el país turco, ya que a parte de este último hecho, el más conocido a nivel global, hay que añadir muchos más detalles que se escapan a la luz pública. Así, Erdogan tiene en contra a los militares despechados, a partidos laicos que le acusan de integrismo por apoyar a yihadistas sirios, a la minoría religiosa alaví que pide su reconocimiento y enseñanza pública, y a los kurdos. Todo esto aderezado con sospechas bien fundadas de malversación de fondos y enriquecimiento a base de comisiones.

Vídeo de la actuación policial contra los manifestantes.

Repercusión internacional

La Unión Europea ha alzado la voz para tratar de apaciguar los ánimos del gobierno turco. «Esperamos que el primer ministro Erdogan reduzca la intensidad de la situación, en el espíritu de los valores europeos, y busque un intercambio constructivo y un diálogo pacífico», ha comentado el ministro de Exteriores alemán, Guido Westerwelle. Mientras, el ministro francés para Asuntos de la UE, Thierry Repentin ha afirmado: «Ninguna democracia se puede construir sobre la represión de la gente que intenta expresarse en la calle. El derecho a protestar, a oponerse al Gobierno, debe ser respetado».

Sin embargo hay países en los que más allá de valoraciones sociales, miran únicamente por motivaciones político-estratégicas. Este es el caso de Estados Unidos, aliado incondicional de Turquía, donde recaba información de Europa del este, y donde además se apoya para abordar los conflictos de Siria y Oriente Medio. Así las cosas, el gobierno de Barack Obama se lava las manos y prefiere hacer borrón y cuenta nueva ante algo que, según diplomáticos del país norteamericano, ya se preveía en los entresijos de la Casa Blanca. «El giro autoritario del gobierno turco, incluso el temor a una inclinación ‘putiniana’ de Erdogan era una posibilidad que se manejaba en Whashington«, afirma Balci, investigador del CFR (Council on Foreign Relations), antes de sentenciar: «Cerramos los ojos porque necesitamos la ayuda de Turquía para varios problemas regionales».

Al otro lado de la balanza se colocan Bashar Al Asad, presidente sirio y con quien Erdogan rompió relaciones unilateralmente y mantiene un conflicto fronterizo, y los gobiernos de Irán, Irak y, como no, Rusia. En estos Estados se ha recibido vodka en mano la crisis que asola al país vecino, sin reparar en nada más que en su rédito político, que calculan en gran número dado que todo lo que sea debilitar la credibilidad estadounidense es un paso más en las pretensiones individuales de cada uno.

En un mundo gobernado por el efecto mariposa lo que a estas horas sigue ocurriendo en el Parque Gezi no es más que un nuevo vuelo de ese insecto; un nuevo recorrido que acabará con más o menos dolor, pero que para los que se encuentran en las casillas de salida y llegada del camino no será más que una anécdota asumible en un marco que te deja un enemigo frente a tu puerta, con tu sangre; y a otro que no puedes ver, pero cuya sombra se alarga sobre tu techo.

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