El bueno, el feo y el malo

Tras varias semanas sin acercarme al teclado he decidido regresar sin previo aviso con estas líneas que hoy dedicaré a las etiquetas, a los estereotipos adquiridos que marcan no sólo conciencias sino los sentimientos de aquellos que aun a miles de kilómetros hacen suyo un parecer que creen real, pero que no pasa de un mero espejismo que te muestra una seudorealidad dirigida por quienes ven en una víctima un número, en una muerte una baja asumible. Guiones escritos para el bueno, el feo y el malo.

Ya han pasado varios días desde las explosiones que sacudieron la maratón de Boston. Tres muertos y más de 100 heridos, entre los que hay bastantes en estado crítico, ha sido la cuantía de tal atrocidad. Su relevancia ha sido de tal magnitud como para ser primera plana de todo tipo de prensa y medios, con análisis e investigaciones y esperas de comunicados oficiales que esclarezcan los hechos como si hubiese sido un ataque contra la humanidad.

El bueno ha recibido un golpe, no sabe de quien ni el motivo de ello, pero se lo ha llevado y no es justo. Ellos, que sólo han dedicado su tiempo a proteger al resto no merecen que les pase algo así. Este será sin duda el mensaje que consternados por el dolor te harán llegar una y mil veces, pero no es el real. Ellos, esos que mandan matar y que saben a ciencia cierta que sus repercusiones tendrá, no sabrán decirte quien será el que vea acabar su vida, pero sí que ocurrirá, y es que para el que hará balance de la cruzada no pasarán de ser bajas asumibles hacia un bien mayor.

Como en todo, más allá de hechos y opiniones, el problema está cuando uno se cree que lleva la verdad escrita de modo casi místico. Pero no quiero desviarme del tema. Volviendo a Boston, tras las explosiones el pánico se extendió y la gente echó a correr víctima del miedo; aun así, les dio tiempo a encontrar al culpable, ya que entre la estampida general había también un árabe que para sorpresa del público, salió despavorido como el resto de personas… Culpable, no por ese día, sino de nacimiento, ya tenemos al malo.

Lo peor de las etiquetas es que funcionan en dos direcciones, tanto para culpar de antemano al ‘nuevo ruso’, como para que tú, desde tu sofá, con tu almuerzo y tu televisión encendida, escuches que han muerto 36 personas en Irak por atentados y vayas por el postre como si nada, y para que al volver veas que han muerto 3 en Boston y se te caiga el yogurt al suelo y se te cierre el estómago, porque esas personas sí merecen tu lamento.

Se calculan unas 75.000 muertes de civiles iraquíes desde que se iniciase la guerra en 2003, pero no son suficientes para que el efecto narcótico bajo el que vemos cada información se rompa. Los feos ya están aquí, son aquellos que siguen la corriente del río, que no se hacen preguntas y que ven a un lado a locos con el cerebro lavado y a otro superhéroes. Las vidas de las personas, por duro que sea, tienen valor, y eso sí que debería provocar el lamento de la masa; y para hablar de justicia, para poner esa palabra en su boca, muchos deberían pensar antes en todos aquellos que han perecido sin que el fin de sus existencias haya tenido su reconocimiento, no como héroes, sino como personas, como tú, como yo, como en Boston.